Cinco horas de
danzas, bailes y cánticos, un generoso almuerzo regado con cerveza de mijo,
discursos de una decena de autoridades y el enorme jolgorio de los 1.500
habitantes de Tabitongo, norte de Mali, y la decena de aldeas vecinas, habitadas
por la etnia dogón, constituyeron la alborozada celebración que sirvió de
inauguración para el pozo denominado “El Señor de los Milagros”, el pasado mes
de febrero, en esta remota región del Africa subsahariana.
La fiesta
tenía razones bien fundadas. Aunque la Fundación Polaris World, con sede en
Murcia, sureste de España, actuó como gestora del proyecto para la excavación del
pozo, en realidad, fue a través de la generosa contribución (20.000 euros) de
un devoto español, también murciano, que el pozo se ha hecho realidad.
En esta
región desértica de África, paulatinamente englutida por el desierto, conviven
en encomiable armonía cristianos, musulmanes y animistas. Después de la casi
absoluta carencia de sanidad, la falta de agua es el segundo problema más
grave. No es pues casualidad que la deidad principal animista, en esta franja sedienta
del África subsahariana sea llamada, muy apropiadamente “Señor de las aguas”.
En
efecto, los 1.500 habitantes de la aldea de Tabitongo, cuyo significado es “el
pueblo que está en la ladera”, una vez terminada la época de las lluvias, a
principios del otoño, sobreviven, mal que bien, a decir verdad, más mal que
bien, de la pequeña agricultura irrigada mediante el acarreo de calabazas que,
con paciencia interminable, rellenan una y otra vez en las pozas de un cauce sin
corriente. Llegado febrero, el cielo inmisericorde con esta región abrasadora,
la pequeña presa que ha retenido las aguas de lluvia termina por agotarse.
No queda
otro remedio que desplazarse entre 10 y 15 kilómetros cauce,
siempre reseco, arriba. Los agricultores escarban en la arena un par de metros
hasta encontrar bajo las arenas húmedas pequeñas retenciones del líquido
elemento. Vuelta con la calabaza en la cabeza otros quince kilómetros hasta “el
pueblo que está en la ladera”. A estas alturas del año, principios de verano,
los cultivos ya se han marchitado semanas atrás. El agua arenosa sirve, como
mucho, para la cocción del mijo, el sustento cotidiano de los lugareños.
La cadena de favores, aquí narrada, comienza a más de 4.000 kilómetros
del país dogón, en Mali, que es donde el final feliz tiene lugar. Churra es una
pedanía de Murcia, sureste de España, absorbida por la expansión de la capital
y los nuevos centros comerciales. Un buen hombre, difícilmente puede el
calificativo emplearse con más propiedad, a quien a partir de aquí llamaremos
por su nombre de pila, Agustín, decide cumplir su promesa de hacer una buena
obra.
El compromiso del señor Agustín, viene de lejos, de muy lejos.
Exactamente se ha originado 9.021 kilómetros más al este, en el colombiano
valle de Cauca a donde peregrinos de todo el mundo afluyen para venerar a “El
Moreno”, la imagen de Jesús crucificado, popularmente conocido como “El Señor de
los Milagros” en Buga. El señor Agustín conoce desde hace años a los salesianos
de Churra, a quienes acude para que le orienten sobre qué obra buena podría
financiar. Los salesianos ponen al señor Agustín en contacto con la Fundación
Polaris World. De esta forma tan rocambolesca, quizá convendría calificarla de
providencial, el cuadrilátero (Agustín, Fundación Polaris World, Buga,
Tabitongo) se convierte en un círculo perfecto.
El del brocal excavado en la roca de Tabitongo, el pueblo que está en la
ladera… sin una gota de agua. La promesa al “Señor de los Milagros” comienza a
cumplirse en una pequeña explanada de Tabitongo a principios de 2010. La tarea
no es fácil, el pueblo está asentado en una meseta rocosa, así que los 30 metros de profundidad
del pozo tienen que ser excavados con barrenos de dinamita y un martillo
neumático de segunda mano. Afortunadamente, perdón, providencialmente, a los 20 metros comienza a
brotar agua, hecho que da la razón al zahorí que ha indicado el lugar exacto,
localizado a medio camino entre la iglesia y la mezquita, donde resultaba
imperativo excavar.
Dos meses después, el pozo, aparte de haber eliminado las interminables
caminatas para recoger la escasamente potable agua arenosa en los recovecos del
cauce, se ha convertido en un símbolo de convivencia entre todos los habitantes
de Tabitongo y los alrededores. Se ha creado un comité de gestión del pozo para
cuidar de su mantenimiento y limpieza. Todo el mundo puede acudir a extraer
agua del pozo, el cual, por cierto, produce agua de excelente calidad.
Cualesquiera sea la etnia o religión, sin distinciones de ningún tipo, extraen
el agua que sirve para cocinar, beber, y una mínima higiene. El sobrante se
usará para el ganado y el riego de los pequeños huertos familiares. La localización
del pozo, a sólo 300
metros de la escuela facilita que las madres y los niños
que acuden a la misma no ocupen su tiempo en interminables acarreos del agua,
lo que, sin duda ninguna, les permitirá dedicar más tiempo al aprendizaje
escolar.
De esta forma tan misteriosa, el Señor de los Milagros –cuya imagen y
plegaria enmarcada se ha colocado en el atrio del pequeño templo católico- ha
obrado uno de los suyos en pleno corazón de África negra.
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