Mopti es una de las regiones más pobres del país, aproximadamente
el 72% de la población vive bajo el umbral de la pobreza. Asimismo, la tasa de
escolarización es muy inferior al 60% de la media nacional. Otro tanto ocurre
con la alfabetización, inferior al ya miserable porcentaje nacional del 30%.
Desgraciadamente, otros indicadores como la mortalidad infantil y juvenil, se
sitúan por encima de la media nacional. De los pocos indicadores mejores que la
media nacional, se puede hablar de la tasa de desempleo, que está en torno al
34%. Eso hasta que cayó el turismo debido a la inestable situación un poco más
al norte, los 10.000 turistas anuales dejaban unos 20 millones de euros en la
zona, ahora no llegan a cinco.
Hemos dejado por la mañana Bandiagara, apenas distante
una seisentena de kilómetros, así que de buena mañana estamos en medio del maremágnum del mercado donde parece que
casi todo se vende y se compra en la ribera del Bani. Abel Kassogué, nuestro inestimable
corresponsal y guía, oficia de párroco en la modesta catedral que hace las
veces de sede episcopal a los católicos de la región. El edificio está muy
pegado a la ribera del Bani, así que desde la terraza disponemos de una vista
aérea excelente de la zona que hace de puerto y mercado: las transacciones de
pescado de agua dulce bajo un sol recio, el bamboleo de las pinazas (al estilo
de los vaporettos venecianos, aquí transformados en utilitarias piraguas, que
transportan a los nativos de una a otra orilla), el trajín del tráfico en
derredor: motos, turismos, camiones. Un “tohu babohu” incomparable con el telón
majestuoso del Niger.
Quizá lo más sorprendente es la extraordinaria, a
ratos inabarcable, cantidad de agua que se extiende a nuestros pies, hasta
donde alcanza la vista. Eso que ahora ya aprieta, aunque no ahogue, la estación
seca. Por la tarde tendremos la oportunidad de navegar en una de las pinazas,
en un rápido trayecto hasta la otra ribera, donde se asienta la etnia bozo,
dedicada en exclusiva a la pesca. La tez de su piel y la fisonomía de sus rostros,
con una coloración mucho más negra, es claramente diferente de la de los
dogones con los que hemos pasado la última semana o la de los peulhs, los pastores trashumantes con
quienes nos hemos encontrado ocasionalmente a la vera del camino por las
encrucijadas de la estepa y el desierto.
Abel, él mismo dogón, con la serenidad y calma propia
de su raza, pero con la aguda ironía originada en su educación occidental (los
dos últimos años de filosofía en Lyon no han caído en saco roto), nos hace un
par de demostraciones sobre la curiosa relación que los dogones han
establecidos durante años, algunos dicen que centurias, con los bozos, de
quienes se consideran primos hermanos. La gracia consiste en que, cuando se
encuentran, incluso aunque no se conozcan de nada, se saluden, literalmente,
con insultos. No insultos cualesquiera, sino bien rudos y ásperos, metiéndose
con la familia y el resto de la parentela en cada frase y en cada vocablo. Algo
así como una cantinela continuada de injurias e improperios, comenzando con expresiones
semejantes a como qué tal está la desgraciada de tu madre, bien, y el
cabroncete de tu padre, responde el interlocutor. Todo dicho como si nada
pasara, de hecho nada pasa, tu madre es una perra, dice uno, no menos que la
idiota de tu hermana, corresponde con aparente amabilidad el otro. Todo un
curioso florilegio verbal que prosigue hasta que la distancia impide oír los
comentarios del otro. Si por casualidad están quietos o sentados, la retahíla
se hace interminable. Y no se conocían de nada, sólo que se han percatado, para
ellos resulta muy fácil, que uno es dogón y el otro es bozo. La sencilla
negociación de Abel con una señora de etnia boza que vende pescaítos cocinados a la brasa, en la orilla del río, para comprar
una especie de lenguado de río, encadena otra sarta de amabilidades parecidas. Sin
que el Níger tan cercano como imperturbable se agite en lo más mínimo.
Quizá todavía algo más impresionante que la anchura
del Níger y el Bani a la altura de Mopti reside en el hecho de que mientras tanta
agua junta sigue su pacífico curso, sólo unas centenas de metros tierra adentro
es el desierto puro. En las fotos aéreas se observa claramente el contraste del
curso azul verdoso del río con el ocre pálido de las arenas saharianas, apenas una
franja de verde en ambas riberas. Como decía alguien de mi pueblo la primera
vez que vió el mar en Santander, ¡lástima de tanta superficie en barbecho sin
que se pueda labrar! Aquí la frase podría aplicarse tanto al agua como a la
arena. Es cierto que en algunas zonas
húmedas, la región es muy conocida por ello, se ven amplios arrozales
–aparentemente gestionados por compañías chinas, lo que solivianta la
desconfianza local hacia el imperio comunista- pero tremendamente diminutos comparados
con la cantidad de agua que discurre por el cauce. Al atravesarlo por la tarde,
la pinaza, movida por un motor fuera borda, tardará casi media hora en alcanzar
la ribera opuesta. Así que no es de extrañar que a tres kilómetros de aquí, la
Asociación de Viudas y Huérfanos de Sevaré haya requerido financiación (14.273
euros) a la Fundación Polaris World para la excavación de cuatro pozos con los
que regar un terreno situado en los suburbios de la ciudad.
En efecto, el proyecto consiste en adecentar el terreno, a modo de huerta, para cultivarlo con unas mínimas garantías de éxito
si disponen de agua. Como el río se encuentra cerca, el agua se encuentra a tan
sólo 10 metros
de profundidad. De esta forma las viudas y los huérfanos, con la modesta
producción de verduras (lechugas, calabacines, pepinos, cebolletas), tendrán
unos magros ingresos económicos –francamente el terreno no parece que sea gran
cosa- que les permitirán llevar una vida ligeramente menos dura. La Asociación
liderada por Cisse Nafisatou, una señorona en el mejor sentido literal y
metafórico del término, elegante en su vestimenta multicolor, refinadísima en
su tocado, ha comenzado ya la búsqueda
de 2 hectáreas
a fin de comenzar la sembradura. Para comenzar, ella misma, viuda, ha puesto a
disposición de la Asociación un terreno heredado de su marido, tan yermo y seco
como el alma de Judas, que se suele decir, aunque aquí, dado que todas las
socias son musulmanas, acaso se podría recurrir a la imaginería mahometana, pero
casi mejor lo dejamos ahí no sea que alguien se ofenda con las metáforas. Que
como vimos días atrás en Orintouno tan difíciles son de traducir y entender.
Para que el proyecto llegue a buen puerto, se preveía
la construcción de cuatro pozos, el cercado con una valla de protección y la
plantación de árboles en el perímetro que actuarán a modo de resguardo contra
el viento. De momento, dos pozos están ya en pleno funcionamiento, tal y como
nos demuestran las viudas. Aunque la capa freática esté poco profunda, al final
son diez metros de polea cubo a cubo. Aconsejamos a las buenas señoras que
acaso sea más conveniente emplear parte de la financiación no en excavar dos
pozos más, la finca parece más bien pequeña, sino en comprar un motorcito para
extraer el agua.
Al llegar, la señora Nafisatou, claramente una
lideresa por la manera de hablar con nosotros y los modos de dar indicaciones a
sus compañeras, se disculpa de que no nos reciban con cánticos y redoblar de
tambores. De hecho, la fiesta estaba preparada para el sábado pasado, cuando,
para desgracia nuestra, nos quedamos tirados en la pista de despegue del
aeropuerto de Bamako. Con esta visita cumplimos a rajatabla el programa
previsto desde el principio, mico-mandante. A modo de disculpa nos endosa unos bellos
tejidos locales a los hombres para que nos vistamos como los tuaregs, muy abundantes
en la zona. A Ramonet con la barba cana, pensándolo bien, no le quedaría mal la
túnica, le ungiría de "seny" y a Narcisse, el presidente de la Fundación, seguro que le otorgaría un
aura… de presidente. Isabelle y Helléne
se tienen que conformar con unos artículos más humildes de la popular
marroquinería nativa.
Para una mejor asunción de responsabilidades y
reparto de cargas, las viudas tienen que pagar una pequeña cuota de entrada en
la Asociación y después, según su disponibilidad monetaria, adquieren
participaciones en el uso de los terrenos. Básicamente se trata de lograr el
acceso, mediante la pertenencia a la asociación, a terrenos cultivables, además
de obtener una formación mínima de carácter agrario, así como en técnicas de
comercialización de los productos que obtengan. Ambos aspectos en niveles muy
elementales. En la asociación hay 178 mujeres y 75 niñas huérfanas. Cada señora
tiene su parcelita, aunque no todas las socias disponen de una, que cuida con
mimo. El producto está destinado al autoconsumo y en caso de que sobre algo lo
comercian en el mercado de Mopti.
Aunque el la tradición islámica prevé un amplio
abanico de medidas para la protección de las viudas, desgraciadamente la
extrema situación de pobreza y no pocos prejuicios locales hacen tremendamente
difícil la vida de las mujeres en Mali, ya dura de por sí, cuando pierden al
marido. El problema se agudiza por otros factores como la poligamia y los
numerosos problemas ligados a la propiedad de la tierra. Así que los 9.146
euros que, finalmente, concedió la Fundación Polaris World a la Asociación de
Viudas y Huérfanos de Sevaré parece una gota de agua en el océano o, por hablar
con más propiedad, una gota en los 4.200 kilómetros
de Níger. El resto del proyecto, la compra de semillas y la valla de protección
que también solicitaban a la Fundación la han conseguido por otros medios. Los
huertecicos, ahora tampoco es la mejor época para cultivar, parecen poca cosa
para alimentar tantas bocas. Al menos, bien que sintamos cierta impotencia o
una pizca de mala conciencia por no poder ayudar más, el agradecimiento de las
señoras es bien manifiesto. Insisten en hacerse fotos con nosotros al lado del
pozo, al lado de los calabacines, al lado de los huertos, al lado de las berenjenas, a la entrada.
Pocas horas después, mientras visitamos la
archifamosa mezquita de barro de Jenné, camino ya hacia el sur, hacia Bamako,
somos echados sin contemplaciones de los aledaños del templo por militares
impecablemente uniformados. En cualquier caso, la entrada en el recinto está prohibida
para los no musulmanes. Cuando pedimos explicaciones, bueno, casi mejor no
pedir explicaciones a la autoridad competente que se muestra muy nerviosa y
tiene muy malas pulgas, cuando preguntamos por tanto alboroto, alguien acierta
a decirnos que en breve va a llegar el general no sé cuantos, vicepresidente de
no sé qué para cumplir con sus obligaciones religiosas de media tarde. A los
pocos minutos, poco antes de la oración de las cinco, una caravana de jeeps de alta gama, bien armados y
relucientes, ríete tú de las comitivas de Hillary Clinton desplazándose del
aeropuerto de Bagdad a la Zona Verde, se acerca a la plaza de la mezquita. Los
milicianos se despliegan por todo el perímetro de la mezquita, aseguran la
plaza del mercado, miran tensos y vigilantes las terrazas de barro de las casas
vecinas. En realidad, aparte de nosotros no hay nadie, ni extranjero, ni
nativo. Un generalote, más acicalado para desfilar en una parada que para pisar
el polvo y la porquería que inunda los alrededores de este Patrimonio de la
Humanidad desciende con aires de pavo real. Ya sé que esto se ofrece a la
comparación fácil. Cualquiera de estos lujosos vehículos, dejando aparte
armamento, kepis y medallas, permitiría la supervivencia de 178 mujeres y 75
niñas huérfanas de Sevaré, durante un año al menos, o tirando por lo bajo, la
excavación de 16 pozos. ¿Demagogia occidental? ó ¿África, tan real como la vida
misma de todos los días?
No hay comentarios:
Publicar un comentario