Esta historia, si el Sr.
Murphy no existiera, ni el Sr. Blázquez, ni el Sr. Kanouté no existieran,
podría despacharse en una sencilla transmisión telegráfica de las de antes. Por
ejemplo: CONT. PARTIÓ DE CARTAGENA STOP
DESEMBARCO DAKAR STOP ENTREGADO EN
BAMAKO STOP. Pero como Monsieur
Murphy, la mala suerte, la ineptitud y posiblemente algún malentendido cultural
–esto es un eufemismo- se han cruzado incansable e incensantemente en el
camino, el envío de un contenedor -con material informático cariñosamente
preparado por nuestros amigos sevillanos de la Red Integral Solidaria,
aderezado con libros de texto del Liceo Francés de Murcia, bicicletas remozadas
y como nuevas, excelente material de protección laboral, ítems hospitalarios y una larga retahíla de tan variados como
necesarios artículos- no sólo no se pudo despachar en un telegrama, sino que la
historia ha durado tres meses.
Ha costado más esfuerzos que
poner al Apolo XI en la Luna, desazones notables entre muchos voluntarios que
han dado su tiempo y empeño para que llegara a buen puerto, discúlpese el juego
de palabras, y una cierta inquietud de que, a veces, la solidaridad necesita de
un pozo insondable de paciencia, así como pensar mal (y acaso acertarás) de la escabrosa
burocracia portuaria maliense (mejor no entrar en detalles), sin olvidarnos del
sobrecosto que todo el proceso ha acarreado. Sobrecosto que resulta indignante
no sólo porque los recursos escasean sino porque además los propios congéneres
de aquellos a quienes se quiere ayudar son quienes más impedimentos ponen en el
camino. Como la historia es un poco larga, vamos a tener que dividirla en dos
entradas y correr un tupido velo, achacando todas las dificultades a ese
concepto tan vago y útil –además de banal- de las “incomprensiones culturales”,
pese a que parezca, pero no es así, que una declaración de aduanas –en inglés,
en español, en francés, por triplicado, claro- es perfectamente
comprensible en Cartagena y en la Cochinchina, o en Bamako, para ser más
precisos.
El amigable acuerdo verbal con
un transitario de Cartagena, presuntamente gran experto en envío de contenedores
permitía pensar que todo marcharía sobre ruedas. “De puerta a puerta” es el
abracadabra de todo transitario que se precie y de todo cliente –en este caso
la Fundación Polaris World- que quiera asegurarse un correcto desarrollo de las
etapas y los vericuetos por los que discurre el tráfico de mercancías en África.
Aparentemente, el español de Balsicas y el de Cartagena, en la región de Murcia
y separadas por apenas unos 30 kilómetros dista mucho de ser el mismo. Como más
adelante se pudo comprobar. En cualquier caso, muy amablemente, el transitario
de cuyo nombre no queremos acordarnos, indicó que no cobraría el transporte
desde Balsicas al puerto. Albricias: 250 euros que la Fundación se ahorraba.
Para facilitar la carga, nuestro incansable Oleg se había preocupado –y a fé que lo hace a las mil maravillas-
de paletizar los 32 pallets, numerarlos, plastificarlos y no puso el lacito
porque como diría un buen amigo, los ucranianos no están para esas lindezas.
Aunque le faltó poco. Una semana antes, nuestros amigos de Sevilla habían
empleado un largo día para traer desde la capital hispalense todos los equipos informáticos
que, asimismo, venían perfectamente etiquetados, empaquetados y enumerados. No
en vano, se habían pasado muchas tardes repasando y reparando los equipos (ordenadores, software, fotocopiadora, impresoras y hasta un proyector) para que
al llegar a Bamako solo fuera cuestión de abrir las cajas, poner los cables y
empezar a usarlos. O al menos eso estaba previsto.
Aquí conviene abrir un
paréntesis para señalar que los voluntarios implicados en la tarea no eran unos novatos en ninguna de
las labores asignadas. Oleg, sin ir más lejos, maneja la carretilla tan bien o
mejor, que los mandos de decomprensión del submarino soviético en el que era
ingeniero en su vida anterior. El muelle de carga prestado por Baltus estaba
como una patena y, como se suele decir, se podría comer en el suelo. Y la
Fundación ha enviado contenedores a África durante años, con modestas “hazañas”
de carga como meter un tractor en un contenedor de 40 piés y que en los
laterales sobraran, tirando por lo alto, tan sólo 5 centímetros. ¡Eso sí que
fue ajustar!
Así pues, todo ordenadico,
colocadico para que el 19 de junio, festividad de San Adeodato, Santa Gilda,
San Protasio, San Gervasio y el santo de la progenitora de quien esto cuenta,
empezando por el presidente de la Fundación, Don Narciso Lozano, estuvieran
firmes y en pié de guerra para facilitar que el amable camionero enviado por el
transitario -cuyo nombre no se recuerda- estuviera el menos tiempo posible en
el muelle de carga. Pensándolo bien, acaso es que no elegimos bien a nuestros
santos protectores. La carga, Baltus incluso tuvo la generosidad de prestarnos
su propio personal, discurrió sin mayores incidentes y en un tiempo récord. En
tres horas, los 32 pallets y no pocos objetos sueltos, las bicicletas, por
ejemplo sirvieron para rellenar los huecos en la parte superior, estaban todos
metidos y bien metidos en la caja metálica que tantos disgustos iba a ocasionar
en los días venideros. Junto con la moto.
Porque efectivamente, el
primer incidente empezó con la moto. Aparentemente, ¿quién decía que la
burocracia maliense era extrema? un celoso funcionario portuario de Cartagena
advirtió en la lista de embarque la dichosa moto. No una flamante Yamaha de 750
cc, ni siquiera una estilosa Vespa italiana, más bien un humilde velocípedo de
50 cc, tres años fuera de la circulación, que bien que funcionara tenía más de
15 de existencia. Un artículo de motor sobre el que se cernió el sambenito de
tráfico ilegal en las sacrosantas aduanas. Un par de horas antes de embarcar el
celoso funcionario pedía “documentación, documentación” como si de un reluciente
Ferrari se tratara. El plazo límite eran las 14:30 de un viernes. Y el aviso
llegó a las 12:20. ¡Que no son molinos, mi señor, que son funcionarios!
Evidentemente, ese viernes
no se embarcó. Entre las soluciones barajadas para solucionar el problema
estaba la de abrir el contenedor (con el riesgo de que empezaran a desparramarse
las bicicletas en la bahía de Cartagena) y sacar la moto declarada, mediante “lo que se
certifica a los efectos pertinentes” ilegal. Al menos mientras la DGT no
emitiera el certificado nosécuantos y estampara el sello nosequé. Pero, héte
aquí, que la documentación original estaba en la guantera de la moto. Dentro
del contenedor, sellado, señor aduanero ¿Qué hacer? El transitario, a estas
alturas, estaba más perdido que una aguja en un pajar. Ni daba soluciones, ni
permitía que se las dieran. Así que apelando a los buenos conocimientos y
mejores gestiones, esta vez sí, de la naviera y saltando por encima del
transitario, que nos había perdonado 250 euros pero cobró por el supuesto “puerta
a puerta” cerca de 7.000 euros, se consiguió que el contenedor no se
desprecintara. A estas alturas, ya existía una acendrada certeza de que lo de “puerta
a puerta” era una coletilla vacía de contenido y de significado. Como íbamos a
comprobar en Bamako. Además, el pago había sido por adelantado. En cualquier
caso, una semana más tarde el 25 de junio, festividad de San Asclepiades, San
Artemio, Santa Honesta, Santa Trifonia, entre otros y otras. ¿Serían estos los
patronos adecuados para el mágico “puerta a puerta” entre Balsicas y el Centre
Père Michel, destino final, en Bamako? E la nave va… (CONTINUARÁ)
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