jueves, 8 de octubre de 2009

Correo de África


El miércoles pasado fue un día intenso. Celebraban la clausura del curso en la escuela técnica donde terminaban 30 de nuestros chicos y chicas y me habían invitado para la ocasión para entregarles las cajas de herramienta y las maquinas de cose que hemos podido comprar gracias al apoyo de todos los amigos.

Aunque necesito dos días de viaje para ir y otros dos para regresar, solo por ver la cara de felicidad de estos jóvenes, que ven sus vidas con futuro, merece la pena el esfuerzo. Si además durante la fiesta una chica que acaba de recibir su maquina de coser portátil intenta hacerse paso con su silla de ruedas porque es poliomielítica, y viene y te dice: “Gracias, da las gracias a los que me han ayudado en los estudios y a los que me han comprado esta máquina, no los olvidaré nunca”, entonces ves el gran corazón que tiene esta gente y como aprecian lo que se hace por ellos.

Claro uno sabe muy bien que una persona en sus condiciones aquí en esta sociedad está destinada morir joven y en el olvido, porque no puede cultivar nada y tiene que vivir de la caridad. Ahora viéndose autosuficiente y capaz de mantener a una familia con su trabajo se entiende su felicidad. Poco antes de acabar la fiesta un joven que había terminado el curso de carpintería se me acercó y me dice: “Gracias por confiar en mi. Cuando prepare mi taller, ayudaré a hacer este curso a alguien que su familia no pueda pagarle los estudios”.

Es grato a veces el ir a una oficina y ver que el responsable es alguien que desde pequeño has ayudado y ver que está dispuesto a ofrecer su tiempo y dar prioridad a lo que le pides para la misión. Y si alguien les dice algo no tienen miedo a responderles: “Soy lo que soy gracias a esa persona que ha entrado por la puerta a pedirme este favor. ¿Como voy a negarle nada? Dios lo cruzó en mi vida y todo cambió”. Han aprendido la lección! Ahora intentan hacer con sus vidas y con los demás lo que hemos hecho con ellos y te das cuenta de que el esfuerzo valió la pena. Y ya que me he puesto en camino, he aprovechado para bajar a Kampala y hacer algunas compras antes de Navidad, antes de que se agoten las existencias.

Necesito sacos, clavos, tornillos, medicinas, algunas herramientas, y también cuatro baterías para conectarlas a unos paneles solares que me han regalado, y así podremos tener un poco de luz por la noche en la misión y hacer funcionar algún que otro aparato.

Estaba ayer buscando los clavos en una calle donde hay muchas tiendas, y oigo que alguien por detrás me llama: “ Father John” ( Padre Juan, - como me llaman aquí) me volví, y no veía a nadie conocido, pero una señora muy bien vestida se me acerca y me dice: “ Seguro que ya no se acuerda de mi, soy Lucía, la hija de Teresa de Aber” (trabajé en misión del año 1984 al 92). Al ver la cara de cerca y recordarme el nombre, sí que las facciones se parecían a las de aquella niña que todos los sábados venía a pedir algún cuaderno o bolígrafo. Me dice: “ Ya no te acordarás, pero yo si que no puedo olvidar que me regalaste el primer par de zapatillas que he tenido en mi vida”. “Terminé la primaria y en los requisitos de la secundaria había un par de zapatillas, que mi familia no podía comprarme en aquella época, y tu a cambio de nada me las regalaste para que pudiese seguir con los estudios.

En aquel momento me sentí la persona más feliz del mundo. Nunca lo olvidaré!”. Hablamos de cómo estaban en su familia, me contó que vivía en Kampala, estaba casada y tenia tres hijos, había hecho Derecho y ahora es juez en uno de los tribunales de Kampala. Y ahí quedo todo.

Esta mañana estaba preparándome para ir a ultimar algunas cosas, y me llaman para decirme que hay una furgoneta en la puerta esperando por mí. Bajo y el conductor de la furgoneta me da un sobre con una notita y me dice que le han encargado de traerme estas tres cajas. La nota, muy escueta, solo decía: “Gracias. Acepta mi colaboración para hacer felices a otras 100 personas como me hiciste a mí. Lucía”.

Las 3 cajas contienen 100 pares de deportivas, que ahora me toca subir a la misión y poco a poco repartirlas a gente que las necesite.

(Jose Juan Verdejo, Misionero Comboniano)

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